Dios es a menudo llamado el padre. ¿Acaso su amor es igual que el amor de un padre?
Generalmente, durante el mes de Mayo, se celebran ceremonias de graduación en las escuelas a lo largo de los EEUU y alrededor del mundo. Los estudiantes con las calificaciones más altas y los que dan la bienvenida a la graduación pronunciarán sus discursos tanto a grupos de familiares y amistades como a sus compañeros de clase. Es casi inevitable que en algún momento durante estos discursos los graduados dirijan algunas palabras a sus padres, agradeciéndoles el apoyo que los dirigió por el camino hacia el éxito.
Con frecuencia, el amor que esos padres les han dado a sus hijos es una parte esencial de esos logros. A menudo, los graduados mencionan cómo mamá y papá estuvieron presentes durante su carrera educativa—desde los días inciertos de kindergarten hasta la torpe adolescencia de la escuela primaria a las presiones de la escuela secundaria. Ya sea mediante sesiones de estudio hasta tarde en la noche en la mesa del comedor, el transporte a los juegos y las actividades extracurriculares, un sinfín de comidas hechas y servidas, o consejos cuando las cosas se ponían duras, los padres tratan de demostrar cuánto aman a sus hijos de manera consistente y constante.
Dios Como Padre
Aquí existe un paralelo más elevado. De la misma manera en que los padres humanos cuidan a sus propios hijos, Dios vela por su creación. Desde el comienzo, Él está con cada uno de nosotros, cuidándonos con esmero, protegiéndonos, apoyándonos y guiándonos de manera que nos pueda llevar a nuestro óptimo éxito y bienestar.
En la Biblia, se fomenta que los cristianos llamen a Dios “nuestro Padre”. En muchas ocasiones en el Antiguo Testamento, Dios se revela a sí mismo como “el Dios de tus antepasados”.1 En el Nuevo Testamento, Jesus declara que él y el Padre son uno2, y después, cuando instruye a sus discípulos cómo orar, les dice que comiencen con: “Padre nuestro que estás en los cielos.”3
Dios constantemente pastorea a su gente, en gran parte de la manera en que un padre humano guía a su hijo. En Génesis, Dios guía a Abram (a quien después se le llamó Abraham) lejos de su lugar de nacimiento a la tierra de Canaán. ¿Por qué seguir una jornada tan incierta y desconocida? Porque Dios le hizo una promesa a Abram—le prometió guiarlo a un futuro mejor: “…levanta la vista desde el lugar donde estás, y mira hacia el norte y hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste”, le dijo Dios a Abram. “Yo te daré a ti y a tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca tu mirada. Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra. Si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tus descendientes. ¡Ve y recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque a ti te lo daré!”4
Dios sigue siendo un padre para su gente por toda la historia, desde que sacó a los Israelitas de la esclavitud en Egipto cuando compartió mensajes de dirección por medio de sus profetas, hasta que envió a su propio hijo, Jesús, para morir de manera atrozmente dolorosa y así salvar a la humanidad de las eternas consecuencias del pecado. Cada pequeña parte de esto se hizo para el beneficio y bendición a largo plazo de su creación.
¿Y qué nos pide Él a cambio por esas demostraciones tan generosas de su amor? Como con la mayoría de los padres, no nos pide tanto. El objetivo máximo de nuestros padres es vernos tener éxito—vernos convertir en miembros productivos y morales de la sociedad, quienes compartimos nuestros dones con todos los que nos rodean y de esa manera hacer una diferencia positiva. Dios quiere lo mismo, y nos pide que compartamos el perdón y la salvación que Jesucristo nos ha prometido.
El Regalo de Dios
Después de dados los discursos de graduación, movidas las borlas y entregado los diplomas, se celebra por todo lo alto según los familiares, las amistades y los parientes se reúnen con sus graduados. Es un tiempo de gran alegría, con lágrimas, abrazos y regalos a granel para el estudiante que ha alcanzado tan importante meta.
Los cristianos tienen la creencia que les espera una reunión similar en el cielo. Allí, los que habremos llegado a la muerte nos reuniremos con nuestras personas amadas que habrán partido antes que nosotros y con una multitud de hermanos y hermanas en Cristo.
En medio de vítores de coros angelicales, nos abrazaremos, sonreiremos y reiremos mientras celebraremos juntos este logro tan esperado. En el cielo también hay un regalo que dar—de hecho, el mejor regalo: la eterna salvación en nuestro Señor y Dios, gracias al sacrificio de su hijo.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna.”5